viernes, 10 de noviembre de 2017

Nuevo paradigma en la Educación Superior desde la perspectiva de una docente.

El modelo de enseñanza en las universidades basado en cátedras magistrales, cuya práctica inicia en el Renacimiento (Reder Gadow, 1989), ha sido validado  por la tradición a lo largo de la historia universal. Muchos de mi generación hemos sido formados bajo ese régimen en etapas escolares y universitarias, hemos aprendido que el docente es la autoridad máxima dentro de una sala de clases al que se debe escuchar en silencio, tomar apuntes de acuerdo a su discurso, siendo las preguntas realizadas por el estudiante la única forma de romper ese esquema.

Este modelo se replica más adelante en el quehacer profesional no sólo de los que se han titulado de alguna carrera pedagógica, sino también de aquellos que por vocación deciden impartir docencia en algún área determinada, acorde a su formación. Casos ocurrentes como éste suceden en carreras de formación técnica y/o profesional. Se imita el modelo catedrático debido a la creencia basada en la experiencia previa, de que es la forma óptima de transmitir conocimientos dentro de una sala de clases.

Sin embargo, el avance de la sociedad en cuanto a su desarrollo económico, las nuevas tecnologías y la globalización, exigen una evaluación del rendimiento y eficiencia de lo que se ha hecho hasta el momento, y la situación académica universitaria no ha quedado exenta de esa mirada. Es así como en la década de los ´80, rectores de universidades europeas firman la Carta Magna de las Universidades (Magna Charta Universitatum), en conmemoración al 900° aniversario de la Universidad de Bolonia, junto a la Declaración de la Soborna firmada por ministros de educación de varios países europeos, con motivo del 800° aniversario de la Universidad de París, dando pie al Proceso de Bolonia, que finaliza una vez firmada la Declaración de Bolonia a finales de los años ´90, donde se estipula los períodos de convergencia cada 10 años. Desde entonces se realizan cumbres ministeriales analizándose los balances de los progresos alcanzados y emitiendo comunicados con los objetivos propuestos (Rocco).

Se cuestiona entonces, el modo como las universidades imparten carreras, la calidad de las mismas y la de los docentes a cargo, creando un sistema que asegure consolidar la garantía de calidad e idoneidad de la educación superior, facilitar el reconocimiento de cualificaciones y periodos de estudio, e introducir el sistema de tres ciclos: pregrado, magíster y doctorado. Esta referencia implica que no podemos estar ajenos a la contingencia internacional y su preocupación por la calidad y garantías de futuros profesionales, este hecho nos dice que es imperante un cambio paradigmático donde debemos descartar los modelos aprendidos, e investigar el método preciso acorde al perfil de egreso de un estudiante de enseñanza superior, es decir, centrando el eje de la enseñanza sobre el alumno y su autonomía en dicho proceso (de Miguel Díaz, 2005).

Retomando la necesidad de un cambio de paradigma, una de las razones que la justifican se anida en la actualmente denominada “sociedad de conocimiento”, este nuevo orden social implica un proceso constante de actualización, de modo que existe una exigencia de capacitación constante que permita al sujeto ubicarse dentro de esta información circulante, y que además, tenga la capacidad de aprender de forma continua de forma autónoma. De este modo, el docente debe ser el primero en adaptarse a estos cambios, para no ser el encargado del conocimiento, sino el facilitador que permite al estudiante adquirir conocimiento a través del desarrollo de competencias. Desde un punto de vista optimista, dicha situación ha generado que se tome conciencia sobre la demanda de actualización tanto de metodologías de enseñanza, como de instrumentos de evaluación, entre otras variables que convergen en el quehacer del docente. La oferta de capacitación para este grupo se ha ampliado en el tiempo, ya que no sólo contamos con la oportunidad de realizar un magíster o doctorado, lo que implica años de dedicación, a parte de la tesis correspondiente, sino que se han incorporado los diplomados y otros cursos de post grado y especialización que toman mucho menos tiempo y económicamente son más asequibles, además que, debido al avance tecnológico, las facilidades de acceso ya no se limitan a la modalidad presencial, sino que además, contamos con modalidades semipresenciales y a distancia, facilitando el acceso y el tiempo que se requiere por parte del estudiante para compatibilizar trabajo y estudios, asumiendo que el académico en cuestión se encuentre impartiendo docencia.

Por lo tanto, es requerimiento necesario la inquietud personal de actualización en materia de educación, ya que la responsabilidad de formar a futuros ciudadanos que puedan retribuir a la sociedad productivamente, recae justamente en aquellos que se dedican a la docencia, dentro del contexto de educación superior, es deber formar profesionales o técnicos capaces y eficientes. Este sentido de compromiso por parte del docente, muy ligado a la vocación, es la fortaleza que permite el ímpetu necesario para ser parte de los cambios, investigar metodologías distintas, experimentar, evaluar y volver a intentar.

No obstante la gran oferta existente para realizar alguna especialización o postgrado en modalidad presencial, semipresencial o a distancia, implica que se deba analizar la calidad y pertinencia de dichas oportunidades, es importante tener en cuenta la institución que imparte el curso, investigar antecedentes, posibilidades de acceso, entre otros. En nuestro país está muy acentuada la centralización, de modo que si se busca calidad, los centros institucionales a cargo se ubican geográficamente en la capital del país, Santiago. Sin embargo, existen importantes universidades a lo largo del país cuya calidad y excelencia son reconocidas, desde la Universidad de Tarapacá, en el norte, hasta la Universidad de Magallanes, en el extremo sur; pero la cobertura no abarca a todas las regiones del país, por ejemplo, en la región de Aysén, recién en el año 2017 abrió sus puertas la primera universidad estatal impartiendo carreras de pregrado.

La XI región, se caracteriza por su aislamiento geográfico y la dificultad de acceso a la misma, eso supuso un obstáculo además para el avance en términos de educación superior. A pesar de que varias universidades e institutos han abierto sedes o campus en la localidad de Coyhaique, la oferta sólo se centra en la formación técnica o profesional, pero no en postgrado. De este modo, sólo la Sede de INACAP ofrece perfeccionamiento en este sentido, pensando en los docentes de la región, en modalidad online. Este escenario corresponde a una amenaza, por la dificultad para continuar estudios de postgrado, aun teniendo la motivación y compromiso por la importancia de la labor que se realiza. A esto se suma el problema de conectividad, la calidad de servicios de telefonía e internet se ven afectados por la irregularidad geográfica, cortes de la fibra óptica son recurrentes con situaciones climáticas adversas, afectando la comunicación en toda la región.

De este modo, retomando el concepto de “sociedad de conocimiento”, independiente de las oportunidades y amenazas que se nos presenten, cabe destacar que para mantenerse vigente dentro de la contingencia internacional en términos de educación, es necesario adaptarse a esta nueva situación, romper paradigmas antiguos que van quedando obsoletos, salir de la “zona de confort” (entiéndase esta expresión como el espacio personal que controlamos conformado por actitudes, estrategias, procedimientos que utilizamos y con las que nos sentimos cómodos, donde siempre se ha hecho las cosas de la misma manera), ya que ésta es una condición indispensable para aprender, ir más allá de la información y darle sentido a ésta y al mundo que nos rodea, implica además, no temer a la equivocación, ya que el error forma parte del aprendizaje (Forés, Sánchez Valero, & Sancho,2014). Por lo tanto, estamos refiriéndonos aquí a una barrera personal, la primera que se debe traspasar para ser parte del cambio de paradigma educativo, ir a la par del mismo y contribuir en pos de los estudiantes que confían en una educación superior de calidad.

Sin embargo, es debido que se creen las condiciones y el espacio necesario para que el cambio se produzca, y en este sentido, los responsables de crear estas instancias son las universidades y/o instituciones educativas con tales fines, ya que en ellas recae la implementación de cursos para que la comunidad educativa tenga la posibilidad de complementar el ímpetu de perfeccionamiento, con la teoría que respalde las razones de las distintas metodologías y modelos educativos de la contingencia internacional. La misión de toda institución que se dedique a impartir conocimiento, es aspirar a la calidad de la misma a nivel mundial, tal como se propone INACAP, según las palabras del rector Gonzalo Vargas, estipulado en el PDE 2020.

Para el logro de lo anterior no sólo se precisa  de inversión económica para cubrir gastos operativos de un nuevo curso o postgrado, sino de una logística que permita implementar acorde a la demanda real, a las necesidades de la sociedad y la contingencia internacional.

Para finalizar, cabe destacar que todo proceso nuevo requiere de tiempo para verificar sus sostenibilidad y evaluación, es así como empíricamente podemos considerar que una estrategia nueva, metodología nueva, teoría nueva, funciona y puede ser replicable.
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Bibliografía
de Miguel Díaz, M. (2005). Cambio de paradigma metodológico en la Educación Superior. Exigencias que conlleva. Cuadernos de integración europea2, 16-27.
Forés Miravalles, A., Sánchez i Valero, J. A., & Sancho Gil, J. M. (2014). Salir de la zona de confort. Dilemas y desafíos en el EEES. Tendencias Pedagógicas.
Reder Gadow, M. (1989). La frustración de un desiderátum: la fundación universitaria de Don Juan de Berlanga en Málaga (1561).
Rocco, M. Proceso de Bolonia. Políticas de educación superior por universitarios, pág.40