El modelo de enseñanza en las universidades basado en
cátedras magistrales, cuya práctica inicia en el Renacimiento (Reder Gadow, 1989), ha sido validado por la tradición a lo largo de la historia
universal. Muchos de mi generación hemos sido formados bajo ese régimen en
etapas escolares y universitarias, hemos aprendido que el docente es la
autoridad máxima dentro de una sala de clases al que se debe escuchar en
silencio, tomar apuntes de acuerdo a su discurso, siendo las preguntas
realizadas por el estudiante la única forma de romper ese esquema.
Este modelo se replica más adelante en el quehacer
profesional no sólo de los que se han titulado de alguna carrera pedagógica,
sino también de aquellos que por vocación deciden impartir docencia en algún
área determinada, acorde a su formación. Casos ocurrentes como éste suceden en
carreras de formación técnica y/o profesional. Se imita el modelo catedrático
debido a la creencia basada en la experiencia previa, de que es la forma óptima
de transmitir conocimientos dentro de una sala de clases.
Sin embargo, el avance de la sociedad en cuanto a su
desarrollo económico, las nuevas tecnologías y la globalización, exigen una
evaluación del rendimiento y eficiencia de lo que se ha hecho hasta el momento,
y la situación académica universitaria no ha quedado exenta de esa mirada. Es
así como en la década de los ´80, rectores de universidades europeas firman la
Carta Magna de las Universidades (Magna Charta Universitatum), en conmemoración
al 900° aniversario de la Universidad de Bolonia, junto a la Declaración de la
Soborna firmada por ministros de educación de varios países europeos, con
motivo del 800° aniversario de la Universidad de París, dando pie al Proceso de
Bolonia, que finaliza una vez firmada la Declaración de Bolonia a finales de
los años ´90, donde se estipula los períodos de convergencia cada 10 años.
Desde entonces se realizan cumbres ministeriales analizándose los balances de
los progresos alcanzados y emitiendo comunicados con los objetivos propuestos
(Rocco).
Se cuestiona entonces, el modo como las universidades
imparten carreras, la calidad de las mismas y la de los docentes a cargo,
creando un sistema que asegure consolidar la garantía de calidad e idoneidad de
la educación superior, facilitar el reconocimiento de cualificaciones y
periodos de estudio, e introducir el sistema de tres ciclos: pregrado, magíster
y doctorado. Esta referencia implica que no podemos estar ajenos a la contingencia
internacional y su preocupación por la calidad y garantías de futuros
profesionales, este hecho nos dice que es imperante un cambio paradigmático
donde debemos descartar los modelos aprendidos, e investigar el método preciso
acorde al perfil de egreso de un estudiante de enseñanza superior, es decir,
centrando el eje de la enseñanza sobre el alumno y su autonomía en dicho
proceso (de Miguel Díaz, 2005).
Retomando la necesidad de un cambio de paradigma, una de las
razones que la justifican se anida en la actualmente denominada “sociedad de
conocimiento”, este nuevo orden social implica un proceso constante de
actualización, de modo que existe una exigencia de capacitación constante que
permita al sujeto ubicarse dentro de esta información circulante, y que además,
tenga la capacidad de aprender de forma continua de forma autónoma. De este
modo, el docente debe ser el primero en adaptarse a estos cambios, para no ser
el encargado del conocimiento, sino el facilitador que permite al estudiante
adquirir conocimiento a través del desarrollo de competencias. Desde un punto
de vista optimista, dicha situación ha generado que se tome conciencia sobre la
demanda de actualización tanto de metodologías de enseñanza, como de
instrumentos de evaluación, entre otras variables que convergen en el quehacer
del docente. La oferta de capacitación para este grupo se ha ampliado en el
tiempo, ya que no sólo contamos con la oportunidad de realizar un
magíster o doctorado, lo que implica años de dedicación, a parte de la tesis
correspondiente, sino que se han incorporado los diplomados y otros cursos de
post grado y especialización que toman mucho menos tiempo y económicamente son
más asequibles, además que, debido al avance tecnológico, las facilidades de
acceso ya no se limitan a la modalidad presencial, sino que además, contamos
con modalidades semipresenciales y a distancia, facilitando el acceso y el
tiempo que se requiere por parte del estudiante para compatibilizar trabajo y
estudios, asumiendo que el académico en cuestión se encuentre impartiendo
docencia.
Por lo tanto, es requerimiento necesario la inquietud
personal de actualización en materia de educación, ya que la responsabilidad de
formar a futuros ciudadanos que puedan retribuir a la sociedad productivamente,
recae justamente en aquellos que se dedican a la docencia, dentro del contexto
de educación superior, es deber formar profesionales o técnicos capaces y
eficientes. Este sentido de compromiso por parte del docente, muy ligado a la
vocación, es la fortaleza que permite el ímpetu necesario para ser parte
de los cambios, investigar metodologías distintas, experimentar, evaluar y
volver a intentar.
No obstante la gran oferta existente para realizar alguna
especialización o postgrado en modalidad presencial, semipresencial o a
distancia, implica que se deba analizar la calidad y pertinencia de dichas
oportunidades, es importante tener en cuenta la institución que imparte el
curso, investigar antecedentes, posibilidades de acceso, entre otros. En
nuestro país está muy acentuada la centralización, de modo que si se busca
calidad, los centros institucionales a cargo se ubican geográficamente en la
capital del país, Santiago. Sin embargo, existen importantes universidades a lo
largo del país cuya calidad y excelencia son reconocidas, desde la Universidad
de Tarapacá, en el norte, hasta la Universidad de Magallanes, en el extremo
sur; pero la cobertura no abarca a todas las regiones del país, por ejemplo, en
la región de Aysén, recién en el año 2017 abrió sus puertas la primera
universidad estatal impartiendo carreras de pregrado.
La XI región, se caracteriza por su aislamiento geográfico y
la dificultad de acceso a la misma, eso supuso un obstáculo además para el
avance en términos de educación superior. A pesar de que varias universidades e
institutos han abierto sedes o campus en la localidad de Coyhaique, la oferta
sólo se centra en la formación técnica o profesional, pero no en postgrado. De
este modo, sólo la Sede de INACAP ofrece perfeccionamiento en este sentido,
pensando en los docentes de la región, en modalidad online. Este escenario
corresponde a una amenaza, por la dificultad para continuar estudios de
postgrado, aun teniendo la motivación y compromiso por la importancia de la
labor que se realiza. A esto se suma el problema de conectividad, la calidad de
servicios de telefonía e internet se ven afectados por la irregularidad
geográfica, cortes de la fibra óptica son recurrentes con situaciones
climáticas adversas, afectando la comunicación en toda la región.
De este modo, retomando el concepto de “sociedad de
conocimiento”, independiente de las oportunidades y amenazas que se nos presenten,
cabe destacar que para mantenerse vigente dentro de la contingencia
internacional en términos de educación, es necesario adaptarse a esta nueva
situación, romper paradigmas antiguos que van quedando obsoletos, salir de la “zona
de confort” (entiéndase esta expresión como el espacio personal que controlamos
conformado por actitudes, estrategias, procedimientos que utilizamos y con las
que nos sentimos cómodos, donde siempre se ha hecho las cosas de la misma
manera), ya que ésta es una condición indispensable para aprender, ir más allá
de la información y darle sentido a ésta y al mundo que nos rodea, implica
además, no temer a la equivocación, ya que el error forma parte del aprendizaje
(Forés, Sánchez Valero, & Sancho,2014). Por
lo tanto, estamos refiriéndonos aquí a una barrera personal, la primera que se
debe traspasar para ser parte del cambio de paradigma educativo, ir a la par
del mismo y contribuir en pos de los estudiantes que confían en una educación
superior de calidad.
Sin embargo, es debido que
se creen las condiciones y el espacio necesario para que el cambio se produzca,
y en este sentido, los responsables de crear estas instancias son las
universidades y/o instituciones educativas con tales fines, ya que en ellas
recae la implementación de cursos para que la comunidad educativa tenga la
posibilidad de complementar el ímpetu de perfeccionamiento, con la teoría que
respalde las razones de las distintas metodologías y modelos educativos de la
contingencia internacional. La misión de toda institución que se dedique a
impartir conocimiento, es aspirar a la calidad de la misma a nivel mundial, tal
como se propone INACAP, según las palabras del rector Gonzalo Vargas,
estipulado en el PDE 2020.
Para el logro de lo anterior
no sólo se precisa de inversión
económica para cubrir gastos operativos de un nuevo curso o postgrado, sino de
una logística que permita implementar acorde a la demanda real, a las
necesidades de la sociedad y la contingencia internacional.
Para finalizar, cabe
destacar que todo proceso nuevo requiere de tiempo para verificar sus
sostenibilidad y evaluación, es así como empíricamente podemos considerar que
una estrategia nueva, metodología nueva, teoría nueva, funciona y puede ser
replicable.
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Bibliografía
de Miguel Díaz, M. (2005).
Cambio de paradigma metodológico en la Educación Superior. Exigencias que
conlleva. Cuadernos de integración europea, 2, 16-27.
Forés Miravalles, A.,
Sánchez i Valero, J. A., & Sancho Gil, J. M. (2014). Salir de la zona de
confort. Dilemas y desafíos en el EEES. Tendencias Pedagógicas.
Reder Gadow, M. (1989). La
frustración de un desiderátum: la fundación universitaria de Don Juan de
Berlanga en Málaga (1561).
Rocco, M. Proceso de Bolonia. Políticas
de educación superior por universitarios, pág.40